Despliega
la noche su manto brujo,
que
distrae del agitado sol y
los murmullos matutinos.
Su
mano desnuda,
fugitiva
y eterna,
acaricia
los cuerpos doblegados.
Su
inabarcable pecho,
oprime
ya nuestros cansancios y soledades.
Su
esperada voz,
como
un dulce canto,
evoca
el olvido, el descanso
o
la súbita pasión.
Su
inaudible paso,
nos
presiente y huye;
como
un niño travieso que,
burlando nuestras figuras,
burlando nuestras figuras,
ríe
trémulo a escondidas,
inocente
de su perpetuo dominio.
¿Por
qué no arrebatas ya, silenciosa compañera,
el
fuego indómito de los hombres?
Es
hora, noche amiga, de que abras tus ojos.
Noche,
que en tus noches
te
estremeces.
Noche,
que sobre tus hombros
te
duermes.
¡Despierta
ahora
de
nuestro triste sueño!
Y
escucha:... ¿nos has oído? ¡Sí!
Entierra allí, en tu creciente sombra,
la
mentira de los días.
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